Recién en el siglo XIV, el Papa Juan XXII, introdujo en
el calendario romano la fiesta especial de la Santísima Trinidad.
Ello se explica porque, en realidad, todo domingo es el
Día del Señor y el Señor es el Dios Uno y Trino.Pero se explica también que
haya una fiesta especial de la Santísima Trinidad, porque el misterio más
augusto del Cristianismo debe destacarse en el Año Litúrgico, con un día
consagrado a una singular profesión de Fe, solemne y humilde, de la Iglesia y
de todos los fieles.
Esta fiesta está bien situada al término del ciclo
litúrgico soteriológico de nuestra salvación, pues, como ingresamos en la vía
de salvación por el Bautismo recibido en nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, así al ingresar a la vida eterna, nos despedimos de esta tierra
en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: “Parte, oh alma cristiana
—dice la Liturgia— de este mundo en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo”.
Dios es misterio. Dios debe ser misterio porque debe
superar la capacidad natural del conocimiento humano.
Por otro lado, nos compete percibir en las perfecciones
creadas los reflejos de las perfecciones infinitas de Dios. Ahora bien, entre
las perfecciones de las criaturas, hay algunas —y de las más nobles— que sólo
existen por relación con otras. Tal es el caso de la paternidad.
Sólo hay padre donde hay hijo. ¿Vamos a decir ahora que
en Dios nada hay de esta amable y aun inefable prerrogativa de Padre? Sería
absurdo. No se puede pensar.
Pero si en Dios hay Padre, debe haber Hijo. Y si hay
Padre e Hijo, debe entre ellos correr un efluvio de amor indecible, es el
Espíritu Santo.
Esta Trinidad no puede destruir la unidad con que adoramos
a un solo Dios. En otras palabras sólo es monoteísta quien adora a la Santísima
Trinidad, porque la Unidad de Dios es inseparable de la Trinidad de Personas.
Es falso, pues, decir que los musulmanes son
monoteístas. No lo son porque no adoran al único Dios verdadero que es Trino.
Ellos son monólatras, o sea, adoran un solo ídolo supremo.
Dígase lo mismo de los judíos, cuando rechazaron la
revelación de la Santísima Trinidad. Ellos también dejaron la adoración del
verdadero Dios Trino, aunque no lo supiesen, para inclinarse ante un ser
inexistente, un ídolo por lo tanto.
Sólo hay, pues, una religión monoteísta: es la Católica,
que adora a la Santísima Trinidad.
Revista Roma Nº
93
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